Solemos imaginarnos a los animales de otras especies (¡no nos olvidemos de que los humanos también somos animales!) como seres adorables, curiosos o salvajes. Cada especie tiene comportamientos únicos. ¡Observar su modo de adaptarse al medio nos ofrece pequeñas pistas sobre cómo vivir mejor y cuidarnos mejor!
A continuación, te comparto algunas lecciones de otras especies que a mí me han inspirado. Al final, tenemos mucho más en común de lo que imaginamos, cada cual busca su lugar y su modo de sobrevivir en las condiciones más amables posibles.
Las nutrias marinas tienen un hábito fascinante: eligen una piedra cuando son muy jóvenes y la conservan toda la vida. La utilizan para abrir conchas, pero también como amuleto, pues se ha visto que, cuando están inquietas, jugar con su piedra las calma. Es como si tuviesen su propio “fidget toy” natural.
Esto nos inspira a encontrar nuestro propio objeto de autorregulación: algo pequeño que podamos llevar encima y que nos dé calma en momentos estresantes. Puede ser una piedrecita de la suerte, un llavero, una pulsera, una estampita o foto… Lo importante es que, como la nutria, encuentres algo que te recuerde que puedes parar, respirar y seguir adelante.
Se dice que “los elefantes nunca olvidan” porque, salvando la exageración, tienen una memoria asombrosa. No solo recuerdan lugares o caminos, también recuerdan a otros elefantes y a sus cuidadores humanos, incluso después de muchos años. Se ha observado que pueden reconocer a miembros de su manada décadas después y mostrar emociones muy intensas al reencontrarse.
Los vínculos importan. Aunque pasen los años y, como en los elefantes, no haya habido ni un mensaje de WhatsApp, recordar a esa persona y sentirla parte de ti mantiene viva la memoria emocional. En el reencuentro, la conexión puede restablecerse porque la sensación de familiaridad está grabada en nuestro cuerpo. Esto nos invita a cuidar nuestras relaciones, a no olvidar a quienes han estado ahí en momentos importantes y a valorar a esas personas con quienes sentirnos cerca resulta fácil.

Los cuervos son tan inteligentes – de hecho, hay quien las considera las aves más inteligentes del planeta – que terminan rápido con este asunto. En algunos experimentos, se ha visto que colocan piedras en un vaso de agua para que el nivel suba y así poder beber.
Son capaces de usar herramientas, resolver acertijos e incluso guardar comida para el futuro. Lo que me inspira de ellos es que no se rinden ante un problema, si no encuentran una solución directa, inventan otra. Buscar caminos alternativos cuando algo no sale como esperamos nos permite desarrollar el ingenio y la flexibilidad para seguir adelante sin bloquearnos.
Los insectos gregarios son alucinantes ejemplos de cooperación. Demuestran una organización social que puede llegar hasta la formación de complejos «superorganismos», como en el caso de las hormigas y abejas.
Cada abeja tiene un rol en la colmena que es vital para que todo funcione, aunque parezca pequeño: desde las obreras que recolectan néctar hasta las que ventilan la colmena batiendo sus alas.
Nadie puede hacerlo todo solo, pero cada aporte cuenta. Tu esfuerzo en un grupo – ya sea en clase, en un proyecto, en un deporte o incluso en casa – sí importa, aunque no siempre seas la persona más visible. Organizarnos en comunidad y trabajar en equipo, formando parte de algo más grande nos da sentido y nos conecta con las y los demás.
Sobre trabajo comunitario también nos enseñan los pingüinos emperador. Imagínate estar en la Antártida, con vientos helados que pueden congelar en minutos. ¿Cómo sobreviven los pingüinos? Se agrupan apretados unos con otros en un círculo gigante – una formación llamada “huddle” – y se turnan: los que estaban fuera pasan al centro y los del centro se mueven hacia fuera. Así, todos tienen la oportunidad de calentarse y resistir.
Esto me hace pensar que la amistad y la comunidad funcionan igual: a veces tú sostienes a alguien y otras veces te dejas sostener. Cuidarnos bien es aprender a dar y también a recibir.

Las tortugas marinas hacen viajes larguísimos en el océano, enfrentando corrientes, depredadores y miles de kilómetros. Lo más admirable es su constancia: avanzan despacio, y avanzan siempre.
Cada quien tiene su propio ritmo para lograr cosas. No importa si alguien va más rápido o más lento, lo importante es mantener la dirección y seguir nadando, como bien sabía Dori de Buscando a Nemo. La clave para avanzar no es nunca cansarse (¡esto no es realista!), sino seguir adelante incluso con dificultades.
Los pulpos son maestros del disfraz. Cambian de color y textura para camuflarse, y a veces también para comunicar su estado de ánimo o intenciones, como un lenguaje visual entre los pulpos: un tono puede significar que están tranquilos, y otro, que están listos para atacar.
Qué importante es comunicar nuestras emociones y tener transparencia con nuestras intenciones o deseos. Expresarnos no es debilidad, es integridad y honestidad (¡y fundamental para que los vínculos sean reales!). Además, no siempre necesitamos palabras para mostrarnos: puede ser con la ropa o simplemente con la manera en que nos movemos, ¡la comunicación no verbal es la más potente y fiable!.
Si te interesan estos datos y tienes sensibilidad hacia los animales, te recomiendo muchísimo el documental de “Lo que el pulpo me enseñó”, que refleja muy bien cómo la conexión e inspiración de otras especies animales puede sanar nuestra humanidad.

Mirar a otros animales es como mirarnos en un espejo distinto, uno que refleja aspectos propios que a veces pasamos por alto. Quizá dentro de ti también existan:
La naturaleza no está – y no debería estar- tan lejos nuestra. Está en nosotras y nosotros. Somos también naturaleza. Y siempre que mantengamos los sentidos abiertos, aprenderemos lo que la vida y el mundo tienen para enseñarnos.
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