Seguro que has escuchado frases como:
Suena motivador… pero también cansado, ¿no?
Vivimos en un sistema que nos repite todo el rato que lo importante es el “yo”: tu marca personal, tu productividad, tu éxito individual. Y, al mismo tiempo, ese mismo sistema nos deja agotados, preocupados por el dinero, con poco tiempo para descansar, crear o simplemente pensar.
Mientras tanto, hay algo que casi no nos cuentan: que la mayoría de las cosas hermosas y profundas que cambian el mundo no nacen del “yo solo”, sino del “nosotros”.
Este artículo es una invitación a cuestionar el mito del individualismo y recordar algo que, muy en el fondo, ya sabemos: no estamos hechos para vivir ni para imaginar el futuro en soledad.
Una de las cosas más valiosas que tienes no es tu dinero ni tu currículum: es tu atención. Sin embargo, el sistema en el que vivimos funciona devorándola.
Vendes tu tiempo y tu energía para poder pagar el alquiler, la comida y los estudios. Terminas el día cansadísima y ese poquito de atención que te queda se reparte entre apps, anuncios y pantallas que viven de que sigamos haciendo scroll. No es casualidad que cueste tanto concentrarse, profundizar o imaginar algo distinto.
Muchas personas, como Johann Hari o Jenny O’Dell, explican que vivimos en una economía de la atención: todo a tu alrededor compite por tu foco. ¿El resultado? Nos cuesta parar, respirar y preguntarnos cosas grandes como:
Sin imaginación, el sistema gana. Porque si no puedes imaginar algo distinto, parece que “no hay alternativa”.
Nota: El sábado pasado escribí un artículo específico sobre la imaginación. Si no lo has leído, te lo recomiendo mucho para complementar esta lectura.
Durante décadas nos han repetido que no hay alternativa al sistema tal y como lo conocemos. Ese mensaje no es neutro: sirve para apagar cualquier intento de imaginar otros modelos.
A la vez, se nos vende una versión muy concreta del éxito: tú compites, tú te diferencias, tú sobresales, tú eres “emprendedor de ti mismo”. Suena libre, pero en la práctica muchas veces significa:
El individualismo así entendido es una trampa muy cómoda: si cada persona piensa que la culpa es solo suya, nadie mira al conjunto. Pero hay una buena noticia: no siempre ha sido así, ni tiene por qué seguir siéndolo.

Algunas pensadoras, como la recientemente fallecida Joanna Macy, hablan de “imaginación moral”: la capacidad de visualizar formas de vivir más justas, más cooperativas, más cuidadoras.
Otras personas, como Rob Hopkins, hablan de “activismo de la imaginación”. Esto consiste en usar la imaginación no para fantasear, sino para preguntarnos en grupo:
La imaginación no es algo infantil ni inocente, es una herramienta política. Sin nuevas imágenes del futuro, solo repetimos el pasado. Con nuevas imágenes compartidas, empezamos a ver caminos que antes no existían.
Hay una frase muy conocida que resume esta idea: «Cuando soñamos solos, es solo un sueño. Cuando soñamos con otros, empieza la realidad».
¿Qué pasa cuando un grupo de jóvenes se junta y empieza a imaginar en voz alta? Surgen preguntas como:
Eso ya no es solo “soñar”. Es una amenaza suave pero real para una cultura que nos quiere aislados, compitiendo y consumiendo. El sistema funciona mejor cuando pensamos: “Yo solo no puedo hacer nada”.
Pero la historia (y el presente) está llena de ejemplos de grupos que han creado micro-utopías: lugares donde se ensaya otra manera de vivir (cooperativas, movimientos sociales, espacios de apoyo mutuo).

Durante mucho tiempo se hablaba de utopías como esos lugares imaginarios donde todo es perfecto. Hoy se está hablando también de thrutopías: historias que no solo imaginan un mundo distinto, sino cómo llegamos hasta allí.
No se trata de inventar todo desde cero. En muchas culturas y comunidades ya existen las semillas: economías del regalo, solidaridad vecinal, decisiones horizontales, respeto por la tierra y redes de cuidado.
La pregunta ya no es solo “¿Qué mundo ideal imagino?”, sino: “¿Qué semillas de ese mundo ya existen y cómo puedo ayudar a que crezcan?”. Una thrutopía es eso: un camino a través del caos actual hacia algo más justo y más vivo.
Vale, muy bien todo esto… pero, ¿qué puedes hacer tú, aquí y ahora, sin tener que liderar una revolución mundial? Aquí van algunas ideas sencillas pero potentes:
Observa momentos en los que piensas: “Tengo que poder con todo yo solo”. Pregúntate: ¿Y si esto no tuviera por qué hacerlo sola? ¿A quién podría involucrar?
Puede ser un círculo de amigas para hablar de verdad, un grupo de estudio, un colectivo creativo, un huerto urbano o una cooperativa. Lo importante no es el tamaño, es que haya cuidado y propósito compartido.
Elegid un rato para preguntaros: ¿Y si en nuestro barrio cambiáramos esto? ¿Y si probamos durante un mes a vivir de otra forma en este aspecto concreto?
No hace falta empezar por algo gigante. Pasad de la imaginación al gesto concreto:
Las revoluciones no se sostienen solo con ideas bonitas: también necesitan cuidado, escucha, gestión de conflictos y descanso. Lo colectivo no tiene por qué ser perfecto, pero sí puede ser honesto y humano.

Muchas veces se habla de “los jóvenes” como si fueran el problema: distraídos, pegados al móvil, frágiles. Pero hay otra lectura posible.
Somos la generación que ya no se cree el cuento del “trabaja hasta quemarte”. Somos la generación que habla de salud mental, cuidados y límites. Somos la generación que ha visto claramente las grietas del sistema y tiene acceso a proyectos de todo el mundo.
Así que la combinación de imaginación, consciencia crítica y capacidad de organizarnos en colectivos puede ser el motor de un nuevo paradigma.
Volver al “nosotras” no significa perder tu identidad. Significa recordar que tu bienestar está conectado al de otras personas, que tus ideas crecen cuando se mezclan y que tu poder se multiplica en comunidad.
Tal vez la verdadera revolución de este tiempo no sea gritar más fuerte “yo”… sino empezar a susurrar, cada vez en más lugares: “¿Y si lo hacemos juntos?”
Se presenta como nómada, con diez años de experiencia explorando comunidades donde el desarrollo personal, comunitario, ecológico y artístico son los ejes principales. Ha trabajado en países como España, Rumania, Italia y Alemania y actualmente vive y viaja en su furgoneta “Samsara” co-diseñando proyectos regenerativos y residencias artísticas para zonas rurales, organizaciones y ecoaldeas. Todo lo que hace está ligado a su propósito: “conectar a la gente consigo misma, con las demás y con la naturaleza a través de la experiencia de comunidad”.